Vino tinto: Su característico color proviene de la maceración de las pieles de las uvas tintas durante la fermentación. Este paso no solo aporta el color, sino también taninos y complejidad al sabor.
Vino blanco: Se elabora sin las pieles de la uva, utilizando únicamente el jugo, lo que da lugar a colores claros y brillantes, que pueden variar entre el amarillo pálido y el dorado.
Vino rosado: Una verdadera obra de equilibrio. Se obtiene dejando que las pieles de las uvas tintas estén en contacto con el mosto solo durante unas horas o pocos días, logrando ese color rosado.
El arte del color del vino es una combinación perfecta de naturaleza y técnica, y cada tono nos cuenta algo sobre su origen y elaboración.
¿Cuál es tu favorito?